El sentido de este artículo
nace de la necesidad de adoptar una filosofía o un cuerpo
ideológico, para acometer la tarea de la transformación consciente
y de manera radical de la sociedad. Para exponer esto -y por motivos
que se irán viendo a lo largo del texto-, queremos partir de Hegel.
En su filosofía se encuentran los aspectos más revolucionarios que
había dado la historia de la filosofía hasta el momento, pero
también un lado reaccionario que los acabó eclipsando hasta el
punto de convertirse prácticamente en la filosofía oficial del
Estado monárquico prusiano. Sin embargo, no siempre tenía tanto que
ver con el carácter de la filosofía hegeliana como con la
interpretación miope de los gobiernos. Un gran ejemplo es la famosa
tesis hegeliana que reza “Todo lo real es racional, y todo lo
racional es real”. Podría parecer que esta tesis es la bendición
filosófica del despotismo, el Estado policiaco, o todo atropello
violento o no, de los que podríamos ser testigos incluso hoy -como
los desahucios, etc-. Sin embargo, para Hegel lo real no adquiría
semejante categoría por el mero hecho de existir, sino que lo real
debía ser necesario además de existir; “La realidad, al
desplegarse, se revela como necesidad”. Por eso Hegel no reconoce
como real, ni mucho menos, por el mero hecho de dictarse una medida
del gobierno. En 1789, la monarquía francesa se había hecho tan
irreal, tan despojada de toda necesidad, que tuvo que ser barrida por
la Gran Revolución. Aquí lo irreal era la monarquía y lo real era
la revolución
En el curso del desarrollo,
todo lo que un día fue real se torna irreal, pierde su razón de
ser. El puesto de la realidad que agoniza, es ocupado por otra
realidad nueva y viable, de forma pacífica si lo viejo se resigna a
morir sin oponer resistencia y de forma violenta si se opone a esta
necesidad. Todo lo racional lleva dentro de sí el germen de lo
irracional y todo lo racional en el cerebro humano se halla destinado
a ser real a pesar de que en ese momento choque con la aparente
realidad. Aquí hallamos el auténtico carácter revolucionario de la
filosofía hegeliana: “Todo lo que existe merece perecer”, dando
al traste con todo carácter definitivo del pensamiento y la
actividad humana. La verdad no es una colección de tesis dogmáticas
que solo tenemos que memorizar una vez encontradas, sino que reside
en el propio proceso del conocer, la trayectoria histórica de la
ciencia, desde etapas inferiores hasta etapas superiores de
conocimiento, pero sin llegar a la verdad absoluta; hasta un momento
en el que no podamos conocer más y solo tengamos que cruzarnos de
brazos. Lo mismo puede decirse de la Historia, ésta no encuentra su
“remate definitivo” sino que se va desarrollando, atravesando
fases transitorias necesarias en su momento pero a las que les llega
el día de caducar, dando paso a fases superiores que a su vez
caducarán y perecerán en favor de otras fases que fueron madurando
en su propio seno. Por ejemplo, si bien la burguesía por medio del
mercado mundial acaba con prácticamente todas las instituciones
estables de la antigüedad, esta filosofía dialéctica la condena a
su vez a no ser el estado absoluto de la humanidad. Lo único que
deja en pie esta filosofía es el mismo proceso del devenir y el
perecer; todo cambia excepto el propio cambio.
Cabe matizar que este
argumento es una consecuencia del método dialéctico, pero no está
desarrollado con nitidez en la filosofía hegeliana precisamente
porque se topa con la necesidad de construir un sistema filosófico
en el que, según las exigencias tradicionales, necesita establecer
un final al desarrollo, un remate, una verdad absoluta. Este fin lo
toma como punto de partida; la Idea Absoluta que se enajena se
transforma en naturaleza para más tarde recobrar su ser en el
espíritu, es decir, en el pensamiento y en la historia. Lo que por
cierto, a modo de inciso recuerda al alma en Platón, un alma no
individual que desciende de las ideas al cuerpo y que éste le sirve
(o le puede servir) como vehículo para retornar. Pero ya hablaremos
más tarde acerca del alma. El fin de la historia será, precisamente
el momento en el que la humanidad toma conciencia de la Idea Absoluta
y ese momento es –por supuesto- la filosofía hegeliana. Aquí se
convierte en absoluto todo lo dogmático de la filosofía hegeliana
en contradicción con su método dialéctico, que destruye todo lo
dogmático. Así es como el lado revolucionario de su filosofía
queda asfixiado por el lado reaccionario y dogmático. La humanidad
-que en Hegel ha sido capaz de conocer la Idea Absoluta-, también
debe ser capaz de aplicarla de forma práctica, por lo que ésta
aplicación política no puede ser muy exigente. Y así nos
encontramos con que la Idea Absoluta debe implantarse en aquella
monarquía estamental de Federico Guillermo III. Como se ve, las
necesidades internas del sistema hegeliano llevan a una conclusión
política extremadamente tímida tras un método como el dialéctico,
extremadamente revolucionario.
Nada de esto impide al
sistema hegeliano abarcar un campo incomparablemente mayor al de todo
sistema precedente. Para poner de relieve el hilo de engarce del
desarrollo, Hegel trabajó en muy variados campos históricos:
Fenomenología del Espíritu, Lógica, Filosofía de la Naturaleza,
Filosofía del Espíritu, investigada esta última en subcategorías
como Filosofía de la Historia, del Derecho, de la Religión, etc; y
como no solo era un genio creador sino que poseía una erudición
enciclopédica, marca una época en todos estos campos. Y es que el
“Sistema” es lo efímero en los filósofos puesto que responde a
la necesidad de superar las contradicciones, pero superadas todas las
contradicciones de una vez y para siempre hemos llegado a la verdad
absoluta, al fin de la Historia de la humanidad. Sin embargo, la
historia tiene que seguir existiendo aunque ya no tenga nada que
hacer. Solo esto supone una nueva contradicción indisoluble. Hegel
nos ayuda a ver que, planteada así la filosofía, consiste en
pretender que un solo filósofo nos dé lo que solo puede darnos la
humanidad entera en su trayectoria de progreso. Tan pronto como
entendemos esto entendemos que Hegel acaba con toda filosofía en el
sentido tradicional.
Como no podía ser de otra
manera, la repercusión de la filosofía hegeliana no terminó con la
muerte de Hegel. Dentro de la escuela hegeliana se libraba una
batalla entre los conservadores que, como Hegel, hacían más
hincapié en su Sistema, y los revolucionarios, que consideraban como
lo primordial el método dialéctico. Lo más importante de la
descomposición de la escuela hegeliana es que su ala izquierda y
revolucionaria tuvo que recular hasta posiciones del materialismo
anglo-francés, lo que supone un conflicto importante con su sistema
de origen; Mientras que para el materialismo lo único real es la
naturaleza, para el sistema hegeliano ésta no es más que la
enajenación de la Idea Absoluta, la degradación, por así decirlo,
de la idea. En cualquier caso se trata de que aquí el pensar y su
producto discursivo, la idea, es lo primario y la naturaleza lo
derivado. Esta contradicción fue pulverizada por Feuerbach en La
esencia del cristianismo, poniendo al materialismo en el trono de
manera firme y sin ambages. La naturaleza existe independientemente
de toda filosofía; es la base sobre la que crecieron y se
desarrollaron los humanos que son, también, producto de la
naturaleza. Fuera de la naturaleza y de los humanos no existe nada,
los seres superiores no son más que otros reflejos fantásticos de
nuestro propio ser. Trataremos más adelante los defectos del mismo,
pero lo que cabe reseñar ahora es que todo el ala izquierda
hegeliana pasó a ser feuerbachiana.
Antes de proseguir con el
artículo, queremos matizar un aspecto: No utilizaremos nunca aquí
los conceptos idealismo y materialismo en su forma
coloquial, en la manera ignorante de entenderlos; Materialismo como
gusto por los placeres mundanos, la carne, el sexo, la codicia, la
vida regalona, la glotonería y la borrachera, etc. E idealismo como
la fe en la virtud, el amor al prójimo y en general, en el deseo de
un “mundo mejor”. Siempre que mencionemos estos conceptos, lo
haremos en torno a un problema cardinal de toda filosofía y sobre el
que ya pasamos por encima anteriormente: El problema de la relación
entre el pensar y el ser, o entre el espíritu y la naturaleza. Bajo
este problema, los filósofos se dividen entre los que entienden el
espíritu como lo primario y, por lo tanto, de una u otra manera
entienden que el mundo fue creado (ya hemos visto como en Hegel esta
génesis adquiere una complejidad mucho mayor al de la religión
cristiana), que pasarían a formar parte del campo del idealismo. Y
los filósofos que, por el contrario, entienden la naturaleza como lo
primario. Este problema tiene su origen en las ideas limitadas e
ignorantes de tiempos remotísimos en los que el ser humano, ante la
ignorancia acerca de su organismo y la excitación que le producen
las imágenes de los sueños, comienza a creer que sus pensamientos y
sus sensaciones se encuentran escindidas de su cuerpo, no eran
funciones de éste sino de una especie de alma. Desde ese momento,
tuvo que reflexionar sobre la relación entre esa alma y el mundo
exterior. Si el alma y el cuerpo se encontraban escindidos no había
motivo para pensar que el alma moría con el cuerpo y, por lo tanto,
tampoco había motivo para asignarle una muerte propia. Esta
inmortalidad del alma no suponía ningún consuelo -más bien era
entendida no pocas veces de forma trágica-, pero no fue la necesidad
religiosa de consuelo ante la muerte sino la ignorancia generalizada
y el no saber qué hacer con algo que ya se había admitido como
verdadero, el origen del alma individual y, con ella, el aburrido
cuento sobre la inmortalidad personal. Un proceso similar es el que
sucede con los dioses; mediante la personificación de los poderes
naturales -acerca de los cuales tampoco había ningún conocimiento-
y por un proceso de abstracción de los mismos en entes cada vez más
alejados del mundo, brota del cerebro humano la idea del Dios único
y exclusivo de las religiones monoteístas, superando a los dioses
más o menos limitados entre sí de otras religiones. Más adelante
volveremos a esta cuestión cuando nos centremos en Feuerbach.
Pero el problema de la
relación entre el pensar y el ser plantea otra duda aparte de la que
expusimos más arriba: ¿Guardan una identidad nuestras ideas y el
mundo real? En la mayoría de filósofos, como por ejemplo Hegel, la
respuesta es inevitablemente afirmativa, ya que el mundo es una
realización gradual de la idea absoluta, que existe desde toda la
eternidad independientemente del mundo y antes que él. Si podemos
tomar conciencia de ella a través de la filosofía hegeliana, no
tiene sentido pensar que no podemos conocer su contenido discursivo,
precisamente lo que hace del mundo esa realización de la idea
absoluta. Sin embargo, hay filósofos como Hume y Kant que defienden
la tesis contraria; la que dice que no se puede conocer el mundo, al
menos no de forma completa. La refutación de esta tesis y de otras
tan extravagantes como ésta viene de la propia experiencia. Si
podemos no sólo reproducir un fenómeno natural creándolo como
resultado de sus condiciones, demostrando la exactitud de nuestro
modo de concebirlo, sino además siendo capaces de utilizar ese
fenómeno para nuestros propios fines, damos al traste con la “cosa
en sí” inaprensible en Kant. Ejemplos de esto hay en cada lugar al
que miremos; para que se pueda escribir este artículo desde un
ordenador, la humanidad ha necesitado conocer la electricidad hasta
tal punto de poder manipularla prácticamente a su antojo y
poniéndola al servicio de sus fines.
Como decimos, la trayectoria
de Feuerbach como filósofo va desde la filosofía hegeliana hasta el
materialismo, aquí es donde rompe con el idealismo y se da cuenta de
que la idea absoluta, la preexistencia de categorías lógicas antes
de que hubiese mundo no es otra cosa que un residuo fantástico de la
fe en un creador ultramundano. El mundo material del que formamos
parte es lo único real y nuestra conciencia y pensamiento son el
producto de algo material: el cerebro. El espíritu es el producto
supremo de la materia, materialismo puro y duro. Pero es aquí donde
se atasca, confunde el materialismo con la forma que revestía éste
en el siglo XVIII, el cual era mecánico, entendía al humano como
una máquina. No concebía el mundo como un proceso, como materia
sujeta al desarrollo histórico. Pero esto era inevitable y lógico
dado al profundo conocimiento que todavía no habían aportado las
ciencias naturales, que no permitía a los materialistas de aquel
tiempo concebir el movimiento de la naturaleza más que de una forma
circular. Quizás por esto Feuerbach acaba alejándose profundamente
del materialismo, abrazando el idealismo como en su filosofía de la
religión, por ejemplo.
Feuerbach entiende la
religión como la relación sentimental entre seres humanos, que
hasta ese momento buscaba su verdad en un reflejo fantástico de la
realidad (Dios) y ahora, en la religión feuerbachiana, encuentra su
sentido en el amor sin necesidad de intermediarios. El amor sexual
acaba siendo una de las formas supremas de su nueva religión.
Pretende otorgarles el rango de Religión para que puedan adquirir su
plena significación en lugar de concebir las relaciones humanas por
lo que son. Para ello recurre a una serie de prestidigitaciones
etimológicas, ya que la palabra religión viene de religare que, en
su origen, significa unión. A estas burdas manipulaciones tiene que
recurrir el idealismo, en última instancia, en este caso a concebir
una palabra no por su significado de acuerdo al desarrollo histórico
sino a su significado en origen.
Por otro lado, Feuerbach
dice que los períodos de la humanidad solo se distinguen unos de
otros por los cambios religiosos. Sin embargo, vemos como en la
revolución francesa la burguesía no se preocupó de la religión
más que cuando le suponía un obstáculo y no necesitó poner
ninguna nueva religión en lugar de la antigua. Los movimientos
generales con sello religioso no se explican por el corazón humano y
su necesidad de religión, sino por la historia medieval, que no
conocía más formas ideológicas que la religión y la teología.
Estos movimientos se circunscriben a las primeras fases de
emancipación de la burguesía (del s. XII al s. XVII) cuando ésta
no es lo suficientemente fuerte como para desarrollar una ideología
propia. La posibilidad de experimentar sentimientos puramente humanos
se ve suficientemente obstaculizada por la sociedad de clases y sus
antagonismos como para que viniese este señor a enturbiarlo con su
religión, y el estudio de la Historia y las luchas intestinas que se
desarrollan en ella está lo suficientemente difusa como para que
pretenda entenderla como un apéndice de la historia eclesiástica.
Feuerbach estudia la
religión cristiana y demuestra que el Dios cristiano es el reflejo
fantástico de la imagen refleja del ser humano. Pero a su vez es
producto de un largo proceso de abstracción: es la quintaesencia de
los dioses tribales y nacionales antes que él. El ser humano -de
cuya abstracción nace Dios- no es un humano real, sino que es
también la quintaesencia de muchos humanos, es el ser humano en
abstracto y, por lo tanto, no un humano real sino también una imagen
mental. Este Feuerbach que se sumerge en lo concreto, en la realidad,
se disipa al hablar de otras relaciones entre humanos. Para él solo
tienen un aspecto moral. Feuerbach es realista porque arranca del
humano pero, como no dice ni una palabra del mundo en el que vive,
queda un humano tan abstracto como el de la filosofía de la
religión. No es un humano que haya nacido del vientre de una mujer
en un mundo históricamente determinado e históricamente surgido del
cual es hijo, sino que viene de la nada, del Dios de las religiones
monoteístas y no de un mundo real. Queda empequeñecido por Hegel
para el cual La Ética abarca el derecho abstracto, la moralidad, la
familia, la sociedad civil y el Estado. Podría decirse que Hegel
hace el camino contrario que Feuerbach, parte de la idea pero acaba
en la realidad. Es cierto que este último decía cosas como “En
un palacio se piensa de otro modo que en una cabaña, el que no tiene
nada en el cuerpo porque se muere de hambre y de miseria, no puede
tener tampoco nada para la moral en la cabeza, en el espíritu, ni en
el corazón”, pero esto se queda en simples frases al no darles
la profundidad necesaria. En cambio, Hegel investiga el papel
histórico de la moral, para él la maldad es la forma en la que toma
cuerpo el desarrollo histórico. De aquí se extraen dos interesantes
conclusiones: La primera es que todo progreso supone un
ultraje contra algo pasado, una rebelión contra las viejas
condiciones, agonizantes pero arraigadas por la fuerza de la
costumbre; y la segunda es que han sido las malas pasiones las que
sirven de palanca del progreso desde la aparición de la sociedad de
clases; la codicia, la ambición de mando, etc. Fácil es comprobar
esto al observar la historia del feudalismo y el capitalismo. Por
otro lado, Feuerbach no es muy amigo de la Historia y no investiga el
papel histórico de la maldad, así que no será muy productivo lo
que nos diga acerca de esto. “El hombre es producto del
hombre, de la cultura y de la historia”, otra frase que queda
estéril al trazar una moral ahistórica, cuya base es el anhelo de
dicha. Este anhelo sufre dos acotaciones: Las consecuencias naturales
de nuestros actos (después de los excesos viene la enfermedad,
después de la borrachera viene la resaca), y las consecuencias
sociales de nuestros actos, es decir, si no respetamos el anhelo de
dicha de los demás, ellos perturbarán a su vez el nuestro como
defensa. Pero el anhelo de dicha no lo satisfacen los individuos por
sí mismos sino que necesitan acudir al mundo exterior a obtener los
medios que lo satisfagan, tanto de bienes para consumir como de
relaciones personales con otros individuos, etc. O bien la moral
feuerbachiana entiende que todo el mundo dispone de esos medios o
bien su moral no tiene ningún sentido, está totalmente alejada de
la realidad y no sirve en absoluto para quienes no disponen de ellos.
Como no hace un análisis histórico, no entiende que incluso la
legitimidad de dicha no es algo absoluto, válido para cualquier
momento. Sería absurdo plantear que en la Antigüedad, por ejemplo,
el amo y el esclavo disponen de la misma legitimidad de dicha, la
cual en las clases oprimidas era sacrificada por el imperio de la ley
a las clases dominantes. Sin embargo, hoy está reconocida sobre el
papel desde y a causa de las revoluciones burguesas, ya que ésta se
vio obligada a suprimir todos los privilegios estamentales en su
lucha contra el feudalismo, proclamando la igualdad de derechos
privados y, luego, la de derechos públicos como la igualdad
jurídica. (Por otro lado, vemos como el recorrido histórico
del Derecho desde estas revoluciones hasta el día de hoy ha sido la
de, primero, consagrar el racionalismo jurídico como corriente
doctrinal, que aportó garantías penales como la proporcionalidad
entre delitos y penas y se inspiró en la resocialización de los
reos frente al castigo y las penas ejemplarizantes para después,
desde que la burguesía pasó de ser una clase revolucionaria a ser
una clase reaccionaria, todo intento de estudiar las causas del
delito se diese de bruces con la contradicción principal de la
sociedad capitalista, que es la división de clases) .Sin
embargo, el anhelo de dicha no se satisface por
el mero hecho de reconocerlo sobre el papel, su mayor necesidad es la
de los medios materiales, y ya se encarga la producción capitalista
de que una masa ingente de personas obtenga la dosis estrictamente
necesaria para subsistir. Más tarde matizaremos esta cuestión al
hablar de la composición de clases de la sociedad capitalista
actual.
Para comprobar hasta qué
punto la moral feuerbachiana está infectada por la sociedad
burguesa, éste señala la Bolsa como terreno supremo de la moral. Ya
que si mides bien las consecuencias de tus actos saldrás ganando y
no perjudicarás a nadie, puesto que quien haya perdido dinero ha
acudido voluntariamente y ha obrado mal al no medir bien las
consecuencias de sus actos. Todo residuo revolucionario que podía
quedar se esfuma con esta moral y esta religión en la que el amor es
el dios que ayuda a vencer las dificultades de la vida práctica. En
una sociedad dividida en clases, con intereses opuestos e
irreconciliables, Feuerbach se apunta a la infame fiesta de la
reconciliación universal. Por desgracia, el amor, la unidad entre
personas, se manifiesta en forma de las más cruentas guerras y en la
explotación máxima de unas personas por otras.
Feuerbach era el único que
tenía importancia como filósofo dentro de la escuela hegeliana. Aun
así, no supo vencer a Hegel sino apartarlo a un lado. Feuerbach solo
supo aportar una religión del amor y una moral mediocres ante la
riqueza del sistema hegeliano. Por abajo era materialista pero por
encima era idealista. Sin embargo, de la escuela hegeliana surgió
una nueva corriente que dio verdaderos frutos ligada al nombre de
Marx. Esta corriente también se refugiaba en el materialismo para
escapar de la filosofía hegeliana, concibiendo el mundo real tal y
como se presenta, sin quimeras idealistas, separándose de las ideas
que no concordasen con los hechos, enfocando los hechos en su propia
concatenación, no en concatenaciones imaginarias (solo esto merece
ser llamado materialismo). El materialismo en Marx era tomado
verdaderamente en serio y se aplicaba a todos los campos del saber.
Además, tomó de Hegel su lado revolucionario, que no era otro que
el método dialéctico que, bajo el idealismo de Hegel, quedaba
inservible. En Hegel, el desarrollo dialéctico que se revela en la
naturaleza y en la historia, es decir, la concatenación causal del
progreso que va de lo inferior a lo superior y que se impone a través
de todos los zigzags y retrocesos momentáneos, no es más que un
grabado del automovimiento del concepto; movimiento que existe y se
desarrolla desde toda la eternidad -no se sabe dónde, pero desde
luego con independencia de todo cerebro humano pensante-. Esta idea
era la que había que extirpar desde el materialismo entendiendo las
ideas como la realidad traspuesta en el cerebro. El ejercicio del
materialismo dialéctico consistía en levantar el lado
revolucionario de Hegel limpiando las trabas idealistas que impedían
su aplicación. Esto es: la idea de que el mundo no es un conjunto de
objetos terminados, sino un conjunto de procesos al igual que sus
reflejos mentales, los conceptos, pasan por un cambio ininterrumpido
que tiende a una trayectoria progresiva pese a sus retrocesos
momentáneos (desarrollo en espiral).
Para explicar la posibilidad
que en ese momento tuvo la humanidad de dar un salto cualitativo
semejante a través de los filósofos que hemos tratado aquí, es
necesario esbozar unas pinceladas acerca del desarrollo del
conocimiento universal aportado especialmente por las ciencias
naturales: En cuanto al método de investigación, se pasó del
método que Hegel llamaba metafísico (no dialéctico), que consistía
en la investigación de objetos como existencias fijas. Estas
ciencias se llamaban ciencias “colectoras” frente a las ciencias
“ordenadoras”, que se desarrollaron en el siglo XIX y que
estudiaban el origen y el desarrollo de los objetos y, por tanto, la
concatenación de los procesos. Por supuesto, para que pudiésemos
hablar de ciencias “ordenadoras” fue necesario que las ciencias
colectoras acumulasen un mínimo de conocimiento acerca de los
objetos y así poder pasar a la nueva forma de concebir los objetos.
Este salto se dio también en el campo de la filosofía, lo que
supuso la hora final de la vieja metafísica.
También es necesario hablar
de los tres descubrimientos decisivos en las ciencias naturales para
que en el campo de la filosofía pudiese desarrollarse el
materialismo dialéctico:
El primero es la célula, de
cuya multiplicación está formado todo organismo vivo. Este
descubrimiento establece que todos los organismos están sujetos a
una ley general y, además, nos señala el camino por el que los
organismos pueden cambiar de especie y desarrollarse de forma
superior al desarrollo individual.
El segundo descubrimiento
fue la ley de transformación de la energía. Que demuestra que todas
las fuerzas que actúan sobre la naturaleza son formas en las que se
manifiesta el movimiento universal.
El tercer descubrimiento fue
la evolución de las especies de Darwin y Wallace, que demuestra como
los productos orgánicos, incluidos los humanos, son el resultado de
un largo proceso de evolución.
Gracias a estos
descubrimientos, la humanidad estuvo en condiciones para conocer no
solo la ligazón entre los fenómenos de la naturaleza dentro de un
mismo campo, sino también la existente entre distintos campos.
La filosofía de la
naturaleza era la que se había encargado de dar esa visión de
conjunto hasta ese momento. Para ello, no tenía más remedio que
cambiar las concatenaciones reales (que se desconocían) por
concatenaciones imaginarias, inventadas. Lo mismo se puede decir del
desarrollo histórico y de la filosofía de la historia, que
sustituía la concatenación real de los procesos por otra procedente
de la cabeza del filósofo -normalmente su favorita-, concibiendo la
historia como una realización de ciertas ideas que, de forma
inconsciente y bajo el imperio de la necesidad, se dirigían hacia
una meta ideal. Por ejemplo, hacia la realización de su idea
absoluta en Hegel. Era necesario descubrir las leyes generales del
movimiento dominantes en la historia de la sociedad humana. Esta
historia tiene una particularidad con respecto a la historia del
desarrollo de la naturaleza, y es que en la historia humana los
agentes son hombres y mujeres con conciencia, que actúan
persiguiendo determinados fines (racionales o pasionales). Nada
sucede, como en el desarrollo de la naturaleza (salvo la acción
humana en ella), sin una intención consciente ni un fin propuesto.
Por supuesto, esto no impide que la historia se rija por unas leyes
generales de carácter interno. Rara vez sucede lo que se desea y
muchos fines son contrapuestos con otros, se entrecruzan o
directamente son irrealizables o no se dispone de medios para
llevarlos a cabo. Los fines son obra de la voluntad, pero los
resultados que se derivan no y por eso los acontecimientos históricos
pueden tener la apariencia de azarosos. Nada más lejos de la
realidad.
Una pregunta que en Marx se
hizo por primera vez el materialismo fue qué fuerzas actúan detrás
de las voluntades humanas. Es decir, qué causas históricas son las
que se transforman, en el cerebro humano, en móviles. El idealismo
ya se preguntó esto, puesto que Hegel reconoce que las voluntades de
los hombres y mujeres no son las últimas causas de los
acontecimientos históricos, pero en vez de buscar las causas en la
historia, como haría el materialismo, las importa desde la ideología
filosófica. En vez de explicar la historia de Grecia por sus propias
dinámicas, afirmaba que esta historia no es más que la elaboración
de las “formas de la bella individualidad”, la realización de la
“obra de arte”. El materialismo dialéctico en Marx y Engels se
fijaron no en las voluntades que movían a individuos aislados, sino
en las que movían masas, pueblos enteros, y dentro de esos pueblos,
clases sociales. Solo gracias a un estudio a fondo se puede dar una
respuesta. Gracias al momento histórico que vivieron; la
implantación de la industria, las revoluciones burguesas en Francia
y en Inglaterra, etc. Se pudo determinar fácilmente que las luchas
políticas giraban en torno a las pretensiones de dominación de, por
un lado, la aristocracia terrateniente feudal y, por otro, a las de
la burguesía. Y desde 1830, se reconoce en estos países -por ser
los más avanzados- al proletariado como tercer beligerante en la
lucha política. Lo importante de este período es que la
simplificación de las condiciones hace que ningún historiador, por
reaccionario que sea, pueda negar a esta realidad.
Para comprender mejor la
naturaleza de estas clases hay que remontarse a su origen. A primera
vista podría pensarse que el de la aristocracia feudal puede
explicarse simplemente por cuestiones políticas, es decir, por una
imposición violenta. Pero para la burguesía y el proletariado es
evidente que no sirve. Resulta claro que su origen es debido a causas
puramente económicas y sus luchas se tratan en primer término de
luchas económicas, siendo el Poder político un mero instrumento
para la consecución de éstas. Tanto la burguesía como el
proletariado deben su existencia a cambios económicos, concretamente
cambios en el modo de producción. Del artesanado gremial a la
manufactura, y de la manufactura a la gran industria. De este modo se
desarrollaron estas dos clases. Las condiciones y las necesidades de
intercambio derivadas de la mayor división del trabajo y la reunión
de muchos obreros en fábricas se hicieron incompatibles con el
régimen feudal. El resultado es sabido: las trabas feudales fueron
rotas bajo dos modelos: el de reformas en Inglaterra, y mediante una
Guerra revolucionaria de masas en Francia. Queda demostrado de esta
forma que todas las luchas políticas son luchas de clases y que las
luchas de emancipación de clases son, en último término, luchas de
emancipación económica, siendo el poder político (Estado) un
elemento subalterno. Esta idea rompió con la vieja concepción del
Estado compartida por Hegel, el cual veía en el Estado el elemento
determinante y la sociedad civil el elemento condicionado por aquél,
y puede que las apariencias así lo hagan pensar pero, por lo
expuesto aquí, se demuestra que el Estado no es más que el poder
político de una clase para oprimir al resto.
Como decíamos antes, una de
las características del siglo XIX es la gran simplificación de las
luchas políticas con varias clases participando en la disputa por el
poder político de una forma independiente y cohesionada. Por eso,
queremos volver al siglo XXI para demostrar la vigencia de las tesis
defendidas por Marx, Engels y el materialismo dialéctico. Creemos
que las principales causas que llevan a pensar que ya no existe la
lucha de clases en nuestra sociedad o que ya no existe ni la
burguesía ni el proletariado, son, en primer lugar y quizás menos
importante, el paso de la burguesía de clase revolucionaria a clase
reaccionaria y los cambios de nombre que se ha hecho a lo largo de
este proceso de desarrollo económico, competencia y concentración
de capitales. En segundo lugar, la profunda derrota del proletariado
en su primera tentativa de emancipación iniciada con la revolución
de Octubre en 1917, lo que hace que ya no participe en la política
con independencia política ideológica, sino siendo arrastrado por
otras clases sociales o fracciones de clases sociales con
contradicciones en su seno. Por arrojar un poco de luz en este
desolador panorama, decir que la salida a este embrollo pasa por
superar las limitaciones teóricas e ideológicas que llevaron a esta
situación teniendo en cuenta que la teoría no se desarrolla por sí
misma sino que es la síntesis de la experiencia social. La tercera
cuestión que puede llevar a pensar que el proletariado ya no existe
es el desarrollo de una “nueva” clase que ya Marx y Engels
llamaron
“Aristocracia” obrera.
Esta clase deriva históricamente de tres fuentes:
La primera y más
importante, al pasar un sector del proletariado al campo del Capital
a través de sus órganos de defensa económica; los sindicatos. Fue
el desarrollo del capitalismo hasta su fase superior, de decadencia,
lo que posibilitó la integración de este sector en la “Politeia”,
es decir, en el juego de luchas, alianzas y negociaciones bajo el
Estado. Cabe recalcar que esta integración no es síntoma, como
piensa mucha gente, de la buena salud del capitalismo, sino todo lo
contrario. El hecho de que la burguesía necesite a un sector de su
clase antagónica demuestra hasta qué punto el capitalismo es un
sistema podrido, completamente irracional, como diría Hegel.
La segunda fuente habría
que buscarla en la vieja burocracia del Antiguo Régimen que se
amplía cuantitativamente y asume nuevas funciones al calor del
Estado de la burguesía. Con esto no queremos decir, ni
muchísimo menos, que ese nuevo ejército de administradores en su
generalidad y ni siquiera en una mayoría de efectivos pasara a
engrosar la "Aristocracia" obrera. En cambio, afirmamos
que, a un rastro poblado por seres de la vieja Corte, alcaides de
calabozo, jueces, economistas, instructores, educadores,
administradores, contables, directores y gestores en las Factorías
Reales "rescatados" por la burguesía industrial victoriosa
(Francia, Inglaterra, Italia...) o bien por la burguesía
agraria-comercial-bursátil (España) y que pasamos a re-encontrar
ligados a funciones inéditas o en re-ordenación bajo la
racionalidad inaugurada por los nuevos Estados burgueses, debemos
sumarle el contingente de cuadros, administrativos, urbanistas,
ingenieros de caminos, canales y puentes, profesores y otros
trabajadores especializados que se les articula a esos primeros en la
medida que son necesarios a funciones "racionales" extrañas
al viejo Estado absolutista, o que habían estado presentes pero
concretadas y ejecutadas ellas mismas de modos más bien arbitrarios
e "irracionales".
La tercera fuente de la que
deriva la “Aristocracia” obrera se encuentra en las viejas
profesiones liberales autónomas pre-capitalistas, que pasan a ser
asalariadas de terceros "colegas" airosos, o el Estado pasa
a formarlas (nacimiento de la "Educación Nacional") y a
usarlas desde el Estado (jurisconsultos, consultores, abogados,
contables, asesores tributarios, arquitectos, sanidad estatal,
ingenierías, tratamientos "mentales", toda una vieja
regencia de hospicios, hospitales, casas de caridad, alguacilado de
pobres... incorporada al Estado como "planificación social"
y "trabajo social"...) porque necesita manejar también él
a dichas profesiones al ser indispensables a la misma reproducción
social del capitalismo (el Estado no puede dejar su formación ni su
ejercicio profesional al laissez-faire del mercado).
Una cuestión que hay que
tener en cuenta acerca de esta clase social -y en la que estriba gran
parte de su fuerza y hegemonía sobre el proletariado- es en la
existencia de capas intermedias entre las dos. Cabe mencionar que las
últimas medidas tomadas por nuestros gobiernos en materia laboral
han tenido por objetivo el sacudirse al sector sobrante de la
aristocracia obrera (con la connivencia de los principales
sindicatos), recalando a las filas del proletariado, por lo tanto,
pese a que los ánimos políticos se enciendan, solo se trata de un
aumento cuantitativo del proletariado. Para que se dé un salto
cualitativo se debe construir lo dicho anteriormente.
Círculo de
Estudios Marxistas
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