Como individuos que somos, medimos e interpretamos la realidad a través del ‘Yo’, cada cual con el suyo. Este ‘Yo’ es el que vamos a cultivar. Va a ser nuestra fuente inagotable de recursos, renovable y sostenible, nuestro pequeño y particular jardín. De este ‘Yo’, sacaremos todo lo necesario para satisfacer nuestras necesidades más urgentes, más primarias, aquellas que ahuyenten la angustia y la ansiedad que amenazan nuestra paz y tranquilidad personal y que son el origen de toda perturbación anímica o afectiva. Pero estas recompensas no tienen patitas para venir solas, y tampoco se pueden comprar con dinero. Este pequeño ‘jardín personal’ es el medio que nos permite llevar a cabo nuestros fines, nuestros objetivos, nuestros planes. Su cuidado y consideración nos llevan hacia esta comodidad, hacia la ausencia de displacer. Es, ni más ni menos, la consecuencia de haber actuado conveniente y responsablemente con uno mismo, con su ‘Yo’, en sintonía con su autoconcepto e identidad. Son estos cuidados y esfuerzos con nosotros mismos los que nos llevarán a alcanzar la 'virtud', esa virtud aristotélica según la cual el modo en que hagamos aquello que elegimos hacer sea el más conveniente, o en todo caso, el menos perjudicial para los ‘otros’, para la gente de nuestro alrededor, en la medida que dicha elección lo permita, es decir, independientemente de la moralidad de la acción.
Este 'método del Ego' o narcisismo positivo tan autosatisfactorio (en el sentido de que nos va a permitir llevar a cabo nuestros propósitos y deseos particulares) hace una innegable aportación al bien común, al bienestar colectivo o, cuanto menos, resulta ser un mal menor. Dicho de otro modo, las consecuencias de nuestros actos perjudicarán menos si el método que hemos utilizado para llevarlos a cabo ha estado exento de ‘impurezas’. Esto es, si nuestros planes y decisiones han sido congruentes con el ‘Yo’ que hemos cultivado, dicho de otro modo, si ‘nos hemos hecho caso’.

Estos actos tienen una repercusión social en la manera de actuar de los afectados, en su forma de interpretar los actos que ocurren a su alrededor y sobre cómo actuar en consecuencia. Son un ejemplo práctico, una representación directa de la situación hipotética de la cual se está aprendiendo a responder directa o indirectamente, como afectado o como espectador. Esas determinadas situaciones, en sus determinados contextos, las absorbemos como patrones y ejemplos de respuesta, de manera que, de este modo, se están aprendiendo comportamientos e indirectamente, el método que subyace a esos comportamientos, que más adelante puede ser recurrido en acontecimientos de esa misma naturaleza que se presenten en un futuro próximo, de manera que se responda prácticamente automática e inconscientemente del mismo modo, reaccionando igual que el modelo que hemos aprendido.
Es un aprendizaje producto de una intención casi altruista de enseñanza, de educación social. El acto se educa por el acto, ésto venía a decir Bandura con su aprendizaje vicario o modelado. El ejemplo de una buena decisión es siempre ejemplo de una buena decisión, es educación. De ahí, que la persecución y consecución del bien individual, la satisfacción del ego, provoque un indirecto bien social, y convierta al ‘egocéntrico declarado’, tomado como enemigo de la humanidad, en un educador social encubierto.
A propósito de la importancia del método, vale la pena citar el proverbio chino que reza "Regala un pescado a un hombre y le darás alimento para un día, enséñale a pescar y lo alimentarás para el resto de su vida".
Bibliografía recomendada: "Sobre verdad y mentira en sentido extramoral y otros fragmentos del conocimiento" (1903) Nietzsche, F. "El jardín de las dudas" (1993) Savater, F.
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