Este
trabajo se lo dedico a Pilar con mucho cariño.
Como
todas las veces, la mesa estaba que se salía. Las ensaladas,
frescas, recién aliñadas, tenían de todo. Las cervezas, aquí y
allá, ocupaban el sitio que dejaban libre los numerosos platos.
También alguna botella de vino, que siempre hay quien bebe. Las
almendras, recién tostadas, llenaban el aire con su aroma
provocador: imposible resistirse. Unas aceitunas bueníssimas,
bueníssimas... También anchoas, unas papas (por supuesto). ¡Ah! y
las gambas, las gambas. Como todas las veces.
Problema,
el de siempre: la abuela, alertando:
-¡A
ver si ahora os vais a dejar el arroz!
-Abuela,
tu arroz no se queda nunca en el plato!
Y
era verdad. La abuela tenía, tiene, una fama bien ganada de buena
cocinera.
Si
algún día la sal, o el arroz, no estaban en su punto perfecto,
siempre resolvía alguien la cuestión:
-Abuela,
esta paella no es de las tuyas. Tú cocinas mucho mejor.
También
piensan los hinchas de verdad que su equipo es el mejor. O sea, el
mejor de Europa, el mejor de España, el mejor de la provincia, o,
por lo menos, el mejor de su pueblo.
Es
decir, que en el momento más oportuno, a cualquiera le llega la fe.
-
Pero, ¿qué es eso de la fe? (He dicho fe).
Me
alegro de que me haga usted esa pregunta. De pronto, uno se queda
colgado de unos ojos hermosos, y ya no ve nada más. Alguien dijo que
la felicidad solo existía en las estaciones.
Cuando
iniciamos un viaje, tenemos mucha fe en el objetivo. No pensamos para
nada en las posibles dificultades y nos representamos la empresa como
una fuente de felicidad.
Yo
estaba muy cansado en Sahagún. Con quinientos kilómetros en la
mochila y algún parche en los pies, no sabía por qué estaba tan
lejos de mi casa, y tan cansado.
Y
entonces pensé en Roncesvalles. En la salida del albergue, antes del
amanecer estival, con todos los poros llenos de entusiasmo por la
hazaña que tenía delante (para mí era una hazaña). Cuando salió
el sol, pintó de un color suave el verdor de los prados. Eran unas
florecillas diminutas que, todas juntas, elevaban por el valle una
niebla malva. Un cuadro como ese no se puede pintar. Se vive.
Faltaban
cinco minutos paran llegar a Burguete cuando me llegó por el aire
un intenso aroma de café, y de mantequilla, de unos croisants recién
hechos. Se notaba que estaban calientes todavía, recién sacados del
horno. Confirmado al entrar en la cafetería: estaban recién hechos.
Cuando se desayuna en los Pirineos a las ocho de la mañana, después
de haber caminado en ayunas cuatro kilómetros y medio, eso no se
puede contar. Hay que vivirlo.
En
Sahagún, provincia de León, después de haber dudado, cogí mi
mochila y salí de nuevo al camino.
No
lo sabía, o dijo que no lo sabía, don Antonio.
Bueno
es saber que los vasos
nos
sirven para beber;
lo
malo es que no sabemos
para
qué sirve la sed
Antonio
Machado. Proverbios y cantares. 1912.
NO
sabía para qué servía la sed. Pero se había enamorado como un
colegial de una chica de trece años. Se casaron dos años después.
Ella, quince. Él, treinta y cuatro. Y tuvo tanta fe en ella, que
cuando Leonor murió tres años después, colgó la escopeta para
siempre.
Mira
que se lo dijo don Quijote a los mercaderes que querían ver el
retrato de Dulcinea:
-Si
yo os la mostrara, ¿qué importancia tendría que dijerais que es
bella?
Pues
lo más parecido a la fe es una luz de color malva, que se mezcla con
rayos de sol y nos llena el pecho. Luego sale con fuerza, para
llevarnos a Santiago treinta y cinco días después, con setecientos
doce kilómetros dentro de la mochila y varios parches en los pies..
Las
personas que tienen fe van por la vida con el entusiasmo de una
comida familiar y la energía de un hooligan. Como el niño que coge
la mano de su padre, o como todos los filisteos que gritan detrás
de Goliat.
Aunque
un día falte la sal, o un árbitro se confabule contra nosotros, la
fe nos levanta el ánimo y la sonrisa. Y caminamos erguidos.
Sobre
todo, caminamos.
La
falta de fe produce flacidez mental y desdibuja la sonrisa. Como sabe
todo el mundo, hay energía hasta que se acaba. Así que la fe es el
mejor cargador de baterías que tenemos las personas.
En
cierta época, una novia esquiva me llevó hasta el diván de un
famoso psiquiatra. Al escuchar mis dolorosas tribulaciones, este me
dijo:
-Pero,
¿usted está seguro de que ha elegido bien?
¡Toma
ya! En ese mismo momento, me quedé paralizado. Me despedí con
rapidez del feroz especialista.
Estuve
pensando largo y profundo. Para mí, el amor era, por naturaleza,
espontáneo. Siempre lo había sido. Es más, yo creía que el amor
DEBÍA ser espontáneo. Estaba seguro.
Pero
ahí estaba la fatal pregunta. Si la cuestión era que yo debía
elegir bien, no necesitaba para eso a ningún sabio. Ya me encargaría
yo de elegir bien.
Llamé
al psicólogo y anulé las visitas pendientes.
Desde
entonces, me he preocupado de elegir bien, cuando me ha llegado el
momento de tener fe en algo, o en alguien.
A
falta de más pruebas, la fe parece un gran regalo que nos puede
traer la vida. Un gran regalo, que nos puede traer la vida.
...ooo000ooo...
Acabo
de leer este artículo y me he dado cuenta de que se refiere todo él
a un estado de ánimo. Pero el estado de ánimo podría cambiar siete
veces en un solo día.
Busquemos
algo más estable, más seguro. Vamos a confiar en la filosofía.
Francisco
Vicente Pinazo Hernández.
Qué bueno es Pinazo...
ResponderEliminarPaco, eres un maestro.
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