LA ESCUELA COMO RESISTENCIA. LIDERAR EL FUTURO


“El peligro estriba en que una civilización global e interrelacionada universalmente pueda producir bárbaros en su propio medio, obligando a millones de personas a llegar a condiciones que, a pesar de todas las apariencias, son las condiciones de los salvajes.” Hannah Arendt
En tiempos de crisis como la actual Gran Depresión, a menudo nos vemos abrumados por miedos e incertidumbres. Abandonadas, por decirlo a lo Dickens, las grandes esperanzas, ponemos en manos de la filosofía o la literatura la construcción de algún relato que genere certezas en tiempos de penumbra.
Decía Edmund Husserl en los años treinta del siglo pasado que “las verdaderas luchas de nuestro tiempo, las únicas significativas, son las luchas entre una humanidad ya desmoronada y otra que aún arraiga sobre suelo firme, pero que lucha por ese arraigo o, lo que es igual, por uno nuevo”.
Es tiempo de luchar por la construcción de un nuevo suelo y, para ello, vamos a necesitar nuevos espacios de resistencia y reflexión. Una nueva escuela que lidere el empoderamiento de sujetos emancipados. La escuela actual es vieja para hacer frente a los actuales desafíos.
Dos Europas y dos proyectos. La Europa culta de Husserl, de Beethoven, de Schiller, de Kant, de Brecht, una Europa ilustrada, libre de prejuicios y respetuosa con los Derechos Humanos o una Europa totalitaria, intolerante, islamófoba y xenófoba como la que asoma, sin vergüenza, ante la quizás mal llamada crisis de refugiados.
No es la primera vez que Europa se enfrenta a una crisis de refugiados. Hannah Arendt, que estuvo confinada en un campo de internamiento francés a principios de los años 40, en Gurs, hace explícita en Los orígenes del totalitarismo, publicado en 1951, la situación a la que se enfrentaron miles de refugiados después de la Primera Guerra Mundial. Y su relato nos resulta tristemente actual.

Migraciones de grupos que, a diferencia de sus más afortunados predecesores de las guerras de religión, no fueron bien recibidos en parte alguna ni pudieron ser asimilados en ningún lugar. Una vez que abandonaron su país quedaron sin abrigo; una vez que abandonaron su Estado se tornaron apátridas; una vez que se vieron privados de sus derechos humanos carecieron de derechos y se convirtieron en la escoria de la Tierra (...) Habían perdido aquellos derechos que habían sido concebidos e incluso definidos como inalienables”.

Como dice Arendt, migraciones forzosas se han dado siempre a lo largo de la Historia. Lo nuevo no es la pérdida de un hogar, sino la imposibilidad de hallar uno nuevo.
En enero de 1943, en “Nosotros los refugiados”, Arendt declaraba, ante las sombras de Europa, una cuestión de términos. “En primer lugar, no nos gusta que nos llamen refugiados. Nosotros mismos nos llamamos unos a otros recién llegados o inmigrantes. [...]  Un  refugiado  solía  ser  una persona obligada a buscar refugio por algún acto cometido o por sostener alguna opinión política”.
La diáspora tras la guerra de Siria nos compromete con sus palabras. “Refugiados” son aquellos que han tenido la desgracia de llegar a un país nuevo, sin medios, y que han tenido que recibir ayuda de comités de refugiados.
La Gran Depresión ha acentuado más aún el déficit democrático que caracteriza a las instituciones de la Unión Europea. La crisis económica y la crisis política europea han derivado en una crisis moral que nos asoma de nuevo al abismo. Asistimos al derrumbe del sueño kantiano de la paz perpetua, el derecho cosmopolita y las condiciones de hospitalidad universal y asistimos, impasibles, al avance de un nuevo totalitarismo. Europa ya no es un refugio, es una fortaleza.
El preacuerdo firmado por la Unión Europea y Turquía pone de manifiesto lo poco que vale la vida de los refugiados. No es un acuerdo sobre derechos de refugiados. Lo que se pacta es cuánto cuesta que nuestras fronteras sean inmunes al flujo de refugiados. 6000 millones por deportaciones masivas. Y Rajoy, en funciones, sin dar la cara en el parlamento español. Doble vergüenza, europea y española.
Once mil niños perdidos dentro de las fronteras europeas, desmantelamientos forzosos de campos de refugiados como el de Calais y el uso del ejército para el control de refugiados. En definitiva, la más vergonzosa Europa ante un espejo que nos devuelve imágenes que creímos enterradas. Y los muros, de nuevo los muros, en Erdine, Lesovo, Hungría, Ceuta y Melilla, Calais. Hemos llenado Europa de concertinas y la estamos vaciando de Derechos Humanos y dignidad.

La desfachatez con la que la débil Europa se enfrenta a esta crisis no augura nada bueno. Las deportaciones masivas han sido puestas en duda por la ONU, “la expulsión colectiva está prohibida por la Convención Europea de Derechos Humanos", tal y como ha indicado Vincent Cochetel, director para Europa de ACNUR.
Mala estrategia la de ceder el liderazgo a aquellos políticos que, desde Europa, han gestionado la crisis económica en favor de los más favorecidos. Esos mismos que nos han sumido en el austericidio no tienen legitimidad para gestionar la actual crisis de refugiados.
El filósofo y sociólogo alemán Jürgen Habermas, en respuesta a una pregunta de Deutsche Welle sobre los nuevos desafíos a los que se enfrenta el mundo moderno, como las migraciones desde el Cercano Oriente, África y el oeste de los Balcanes hacia Europa, responde afirmando que “el derecho al asilo es un derecho humano y todo aquel que pida asilo político debe ser tratado justamente y, dado el caso, ser acogido, con todas las consecuencias que eso trae”. Que tomen nota.
Y los medios de comunicación no ayudan. Hay algo de perverso en la forma de presentar la realidad por los medios. La foto del pequeño Aylan dice más que un texto, que un análisis político. Un pequeño refugiado en una caja de cartón, un padre con la mandíbula desencajada y su hija en brazos, una madre pasando de un lado al otro de una concertina a su bebé. No es un relato textual, son fogonazos sin análisis, sin criterio, que nos hacen sentir temor, rabia, desasosiego. Es una conciencia televisiva, desnaturalizada.
Dos semanas de conciencia perturbada por la foto de Aylan, una fotografía de nuestra civilización, de nuestro imperio amurallado, y punto. Aylan huía como todos los que huyen de la desesperanza. ¿Y si pudiésemos fotografiar a los miles de niños raptados por las mafias, a ellos y a sus esperanzas? Igual el cardenal y arzobispo de Valencia Antonio Cañizares se arrepentía de sus palabras sobre los refugiados sirios, cuando cuestionó que fueran trigo limpio. Recuerde, Cañizares, las palabras de Jesús: “porque tenía hambre y me disteis de comer, tenía sed y me disteis de beber, era extranjero y me recogisteis”.
En el barómetro de febrero del Centro de Investigaciones Sociológicas ni un solo español sitúa la crisis migratoria entre los 39 problemas de España. Lo mismo ocurre con el racismo. Con un mínimo sentimiento europeísta esto cambiaría. ¡Ay Europa!
Dos proyectos, dos Europas. La escuela debe comenzar a tener un papel hegemónico en la lucha por la construcción de una Europa libre. La escuela debe ser un espacio de resistencia frente al terror, económico, cultural, social. La lucha contra la islamofobia, contra el miedo al otro, contra el fascismo, es central para la defensa de la dignidad de los recién llegados. La defensa de los Derechos Humanos es una obligación moral y política y es desde la escuela desde donde construiremos un futuro más justo.
Para ello, es necesaria la construcción de un sujeto autónomo, justo, solidario y emancipado. La construcción de una identidad crítica frente a una cultura frívola y consumista que fomente el empoderamiento del sujeto. Un sujeto que no se paralice ante los comentarios de los tertulianos, esos teloneros del averno. Un sujeto empoderado que sepa analizar la realidad social.
En ¿Qué es la ilustración, Kant hablaba de la necesidad de salir de la autoculpable minoría de edad. La sentencia kantiana es más actual que nunca. Solo se sale de la minoría de edad en la medida en que el ciudadano toma la decisión y tiene el valor de usar su entendimiento. Decía Theodor Adorno que la democracia descansa en la formación de la voluntad de los individuos. Y eso lo saben bien aquellos políticos, como el exministro Wert, que han eliminado prácticamente la filosofía de las aulas. La filosofía debe favorecer el espíritu crítico y la reflexión racional, y en ese sentido la Filosofía va inseparablemente unida al fomento y consolidación de la tradición democrática. Quienes quitan la Filosofía de las aulas están erosionando gravemente los cimientos de nuestra democracia. La formación democrática de la voluntad política como base del pensamiento racional y crítico no es posible en una escuela liderada por rancios y radicales políticos. Nuestros jóvenes se merecen algo mejor.
Hay que expulsar a los mercaderes de la educación y de la política. Ellos lo compran y venden todo. Son los mismos que levantan muros y firman tratados ilegales, y parece mentira que no hayan aprendido que cuanto más altos sean sus muros, más altas serán las escaleras.
Construyamos nuestra propia narrativa desde espacios educativos creativos, libres y utópicos.
Los miedos e incertidumbres se curan con valor, determinación y la fuerza del mejor argumento. Sólo así volveremos a albergar de nuevo grandes esperanzas.

Joan Aucejo

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