El reto de vivir sola

Después de acabar segundo de Bachillerato (que aunque ahora los que lo estáis pasando creáis que moriréis en el intento de graduaros, creedme, se puede sobrevivir a él) y de pasar el que muchos llaman “el mejor verano de nuestra vida”, ̶no sin razón ̶ llega para muchos, entre los que me incluyo, una nueva etapa en nuestra vida: la universitaria. Y en mi caso, el momento de “dejar el nido” y vivir en carne propia las ventajas e inconvenientes de vivir sola.

Al principio y desde fuera, todo es maravilloso. Las razones están claras: vivir sin padres, sin normas, sin horarios... Un lujo vamos. Sin embargo, una vez lo vives en primera persona, todo cambia. Tampoco voy a decir que vivir sola es lo peor que te puede pasar, porque os reiríais en mi cara, y con razón; pero, como todo en esta vida, tiene sus más y sus menos. 

La primera semana de ser independiente es un sueño; la segunda, empiezas a notar que algo falla; y a partir de la tercera echas mucho en falta las pequeñas comodidades de las que antes disfrutabas en casa: no tener que cocinar salvo en contadas ocasiones, poder escaquearte de limpiar el baño, ayudar en la compra semanal y no tener que hacerla tu sola... Y así hasta incontables ejemplos, que no aprecias hasta que no están. Salir a las tres de la tarde de la universidad, llegar a casa y no encontrarte la comida hecha es malo; pero lo peor es verte después, cuando lo único que quieres es descansar en tu cuarto o en el sofá y desestresarte un poco del día, la pila llena con lo que acabas de utilizar y sabes que tienes que limpiar para que tus compañeras puedan usarlo, y ahí comienza el debate entre el querer y el deber, donde casi siempre suele ganar lo segundo; ya se sabe, cuanto menos se discute, mejor va la convivencia.

Con las compañeras de piso llegan mil y una sorpresas que antes desconocías que existían: los post-its amarillos pegados en cualquier lugar posible de la casa con mensajes como “No pongáis la lavadora hasta que llegue” o “HAY QUE COMPRAR PAPEL HIGIÉNICO, URGENTE”; horarios matutinos para usar el baño y tablas de tareas semanales que seguimos a rajatabla; tardes y noches de pelis, sofá, manta y palomitas en las que siempre se acaba quedando dormida una (tengo que decir que en mi casa suelo ser yo) y tardes de Zumba en casa que siempre acaban en risas y algún que otro golpe. Cumpleaños y los llamados “Jueves Universitarios”, salidas al centro comercial y discusiones sobre qué animal sería la mejor mascota para el piso. En resumen, esas personas que viven contigo dejan de ser, en pocos meses, compañeras de piso para convertirse en amigas, consejeras y psicólogas que te animan y te hacen reír cuando has tenido un mal día.

Sí, a veces vivir sola es un martirio, y deseas con toda tu alma poder estar en casa cerca de tus padres que te hacen la vida más fácil, y de tus amigos a los que sólo puedes ver los fines de semana (y eso con suerte); pero es una experiencia que, la verdad, no rechazaba de ninguna manera. Un reto al que me gusta enfrentarme cada día, y por ahora puedo decir que he superado, y quiero seguir superando. 
Isabella

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