LA MÚSICA NO SE TOCA.


El panorama musical actual es un asco, y esto no es ningún secreto. Todos los días somos bombardeados por música que, siendo generosos, podríamos calificar de pasable, y que además va dirigida en su mayoría a nosotros, los adolescentes. La lacra del fanatismo indómita y de la imagen alza a los artistas más mediocres por encima de los más excelsos, en un espectáculo plagado por fuegos de artificio donde la música juega un papel más que secundario. Vamos a ver, ¿De verdad alguien calificaría un concierto de Abraham Mateo (por poner un ejemplo) cómo un espectáculo musical? Si Abraham lo da todo bailando  en un escenario pero a la hora de la verdad no canta, sino que hace playback, entonces la respuesta claramente es no. La música solo sirve para hacer más atractivo un producto que solo se sostiene en su publicidad y su imagen. Si no es así, es inexplicable que “artistas” como el anteriormente mencionado puedan gozar de un éxito tan brutal. Y lo peor de la banalización de la imagen del artista en la actualidad y el mal sentido que se le atribuye a  este son sus consecuencias. Vamos a hacer la prueba: ¿todos reconocéis nombres como Alejandro Sanz, Selena Gómez, Juan Magán y One direction? Seguro que sí. Ahora bien, ¿Quién sabe decirme quien es Buckethead? ¿Alguien conoce a Pau Alabajos? ¿Y a Jeff Beck? ¿Thom Yorke? Lo que me temía, puedo oir los grillos…

Los ídolos musicales de hoy no son más que maniquíes vacíos, marionetas usadas por un grupo de personas que pretende lucrarse a costa del atontamiento de la población, aprovechándose del bajo criterio y bagaje musical del oyente medio. Estos cantantes tienen más de celebrities que de músicos. ¡Si ni siquiera componen sus canciones! ¿Qué clase de músico no compone sus propias canciones? Es algo completamente descabellado, ¿si no compones tus propias canciones, como vas a poder transmitir algún mensaje o idea propia con ella? De todas formas, tampoco es algo que sorprenda, ya que a los músicos contemporáneos no les podría importar menos la música ni su voz artística aunque se empeñaran en ello.

No nos engañemos, la música actualmente no es lo que era. Lo que antes era un medio de expresión artístico más fuerte que cualquier bomba nuclear, ahora es la nueva máquina de hacer dinero de algún empresario sin escrúpulos. Y cuando he mencionado antes el atontamiento de la población no lo he dicho por decir. El lenguaje está fuertemente ligado a nuestra capacidad mental. Por lo tanto, cuanto más lenguaje tenemos a nuestra disposición, más capacidad mental poseemos. La música actual es cada vez es más simple retóricamente hablando, lo que provoca una disminución de nuestra capacidad expresiva y, por consiguiente, de pensamiento. Y no lo digo solo yo. Multitud de psicólogos y críticos musicales han mencionado ya la preocupante simplicidad en las letras de la música mainstream y las consecuencias que estas tienen en los consumidores. En resumen, la música contemporánea te atonta ya que reduce tu vocabulario. Además, las letras cada vez están más vacías de mensaje y de contenido, y no transmiten ningún tipo de ideal. Ya ni hablemos de lo estrictamente musical, que basa su armonía en patrones simples y repetitivos a más no poder pensados para agradar al gran público, no vaya a ser que al oyente se le atrofie el cerebro si le colocas un acorde inusual. En este sentido, el premio gordo se lo llevan las melodías, frases basadas en menos de cinco notas, para que después el consumidor pueda recordarlas sin ningún tipo de esfuerzo mental.

Obviamente la industria musical nos ha tomado por necios, y le damos la razón a cada día que pasa, consumiendo mediocridad que nos transmiten a través de la radio y la televisión y pidiendo más al terminar.
Esto es algo que no podemos permitir. No debemos quedarnos de brazos cruzados. La música es patrimonio de todos, y no el juguete capitalista de unos pocos sujetos a los que sólo les interesa el dinero en su cartera y un pollo en su mesa.  ¿A este tipo de gentuza le dejas el control de tu cultura musical? Seguro que no vais todos los días al Burger King a comeros un whopper, a pesar de que os encante. Claro que no, vuestras influencias catódicas os dictan que eso es algo malo para tu salud. No te dicen en cambio que la música que escucháis a diario en la radio está podrida por el ideal capitalista, que convierte el arte en pasta y hace bailar al cojo por el poder de don dinero. Lo del Burger está bien, pero ¿Qué hay de tú desarrollo y maduración artística? Nuestra sociedad no quiere gente gorda, pero sí gente tonta. O, por lo menos, no lo suficientemente lista. El pragmatismo que impregna nuestra cultura no deja vernos lo preocupante que es no tener un criterio musical propio y bien definido.

Por esto y mucho más debemos responder. Hay cosas con las que no se juega, ni con la educación, ni con la cultura, ni con el arte. La música es el arte que peor parada está saliendo de todo este turbio asunto. Y la culpa la tenemos nosotros, los consumidores, que aceptamos basura sin rechistar. Debemos desarrollar nuestra sensibilidad y nuestro criterio musical. Solo así dejaremos de ser esclavos musicalmente hablando y empezaremos a ser libres. Solo así podremos exigir calidad y rechazar aquello que es pésimo y mediocre.

Y después de ponerme a medio instituto en contra, diré que yo también he pasado por ello. No soy diferente a vosotros, ni muchísimo menos. Pero emprendí ese maravilloso viaje. Empezó hace dos años, cuando descubrí casi por casualidad la música de un grupo  británico llamado Gorillaz, que me fascinó por completo y me obsesionó. A partir de ahí comenzó mi gran aventura musical, y no creeríais por lo que he pasado. He navegado entre los punteos virtuosos de Jimi Hendrix. Me he adentrado en la brillante oscuridad de la música de Black Sabbath. He encontrado el consuelo en la mágica voz de John Lennon. He llegado al éxtasis con el cálido sonido en la guitarra de Santana, y he recibido el inspirador sonido de la sonata de medianoche de Beethoven. Han pasado ya dos años, y sigo por el mismo camino, ingenuo pero curioso e inconformista, como debe ser. Aquel que no esté dispuesto a sacrificarse por descubrir lo que la música puede ofrecer, debería de empezar a cuestionarse su amor por el bello arte de lo sonoro.

Para terminar, y para fomentar la escucha de música que sirva de alternativa a la popular, he preparado una lista de álbums que considero dignos de oir, todos bajo mi humilde criterio y el de mi compañera Elvira Oliver, que colaboró gustosamente en la elaboración de esta lista, y a la que le agradezco ahora su ayuda (¡pasaros por su artículo en esta revista!). Como diría Jules Winnfield: “Bendito sea aquel pastor que en nombre de la caridad y de la buena voluntad saque a los débiles del valle de la oscuridad, porque es él el auténtico guardián de su hermano y el descubridor de los niños perdidos”. De nada.
1. Paranoid, de Black sabbath.
2. Ok computer, de Radiohead.
3. Un día en suburbia, de Nach.
4. Hard Again, de Muddy Waters.
5. Solipsism, de Joep Beving.
6. Jaco Pastorius, de Jaco Pastorius.
7. Dones i dons, de Tomàs de los Santos i Borja Penalba.
8. Un día en el mundo, de Vetusta Morla.

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