SÍ, JEFE.


Dedico este trabajo a mis alumnos, con mucho cariño.

En una  dulce digestión, con los ojos entornados, repasa sin prisa todos los sitios de su territorio. Todo está bien. Los suyos, se mueven aquí y allá, ninguno lejos de él, y lo miran sin mirarlo, sin dejar de comer. Ningún problema inmediato. No descansa.
Un extraño, fuerte, joven, se acerca a las hembras. N se levanta con agilidad y se interpone. Se miran, y el tiempo se detiene. Después, doscientos quilos de ciervo empujan con decisión una cornamenta aterradora. El nuevo se marcha antes de la tercera embestida. Varios N-1, que han interrumpido su comida, miran sin mirar a N, y siguen comiendo. Ningún comentario.
En La selva esmeralda, un ingeniero americano habla con el jefe de una tribu del Amazonas. Su hijo ha sido raptado por una feroz tribu vecina, y lo ha buscado sin éxito durante varios días.
– Oye, jefe, tú puedes ayudarme a encontrar a mi hijo –dice angustiado–.
– ¿Qué puedo hacer yo?
– Diles a tus hombres que vayan a la selva y encuentren a mi hijo.
– Pero es que mis hombres no quieren ir. Tienen miedo.
– Tú puedes ordenárselo. Eres el jefe.
– Es verdad. Pero si mando a mis hombres que hagan lo que no quieren, dejaré de serlo.
Siempre hay un jefe cerca, sea un jefe no-jefe, sea un Alfa-jefe.
¿En qué consiste un jefe? La palabra no es bonita: jefe, jefe. Suena a desierto y cimitarra. Pero si hacemos un esfuerzo, podemos encontrar algo bueno detrás de esa palabra.

La ideología.
Un jefe necesita una ideología. La ideología sostiene el statu quo, las obligaciones diarias, los sacrificios presentes y futuros, la  sumisión. Puede ser una ideología moral, práctica, religiosa, social, hedonista, política, estética, deportiva… ¡Hay tántas personas en el mundo que saben lo que a usted le conviene…!
En todo caso, las ideologías siempre son la base de cualquier clase de  autoridad. Pero  tienen sus problemas.
El más grave es que son eternas, que ya es decir. Busque a un hincha del Real Madrid y compruébelo.
El segundo problema, más malo todavía es que duran muy poco. A veces no aguantan ni una tos. Un viejo socialista viejo hablaba de su patrón, también socialista, en el periodo de la Transición española:
– Mi amo es el más poderoso del pueblo – decía muy ufano y seguro.
A veces ni siquiera llegan a empezar. Hable usted con los partidos nacionalistas españoles. A ver si ya está, si estará, o para cuándo es.
El tercero, el peor de todos,  sobreviene cuando el líder generaliza sus necesidades y aspiraciones y crea una ideología. Algunos  llegan a confundir sus deseos con las leyes del universo.
Habla César Vidal de un profeta que era requerido por los familiares de las esposas de su harén, quienes se sentían poco atendidas por él. El caso es que el profeta había adquirido una nueva, bella y joven esposa, y pasaba con ella quizá demasiado tiempo. La respuesta fue contundente. Cuando estaba con la nueva recibía con más intensidad y frecuencia las revelaciones divinas!
La ideología también se puede corromper. Hay líderes que abandonan sus principios, pero mantienen sus fines y utilizan a las personas como medios.
El encanto.
Otro detalle importante de los jefes es la atracción que ejercen sobre quienes les rodean. Bastantes mujeres alemanas estaban subyugadas  por la firmeza de la voz y de la  mirada de Hitler. Mucha gente opina que a Felipe González le ayudó su buena presencia para decir a los españoles que sí, que no, y lo contrario. Para un tipo joven, alto y bien parecido es más fácil convertirse en jefe.
Una cristalera ilumina la gran sala llena de mesas y pantallas.
– Conchita, cariño, baje al archivo a entregar estos expedientes –dice un elegante mánager­.
– Sí, jefe –la sonrisa de secretaria encantada.
– Cuando pase por el despacho del interventor recuérdele que mañana tenemos pádel.
– Sí, jefe –la sonrisa de secretaria encantada.
– Y al volver sea buena y tráigame un café bien cargado. Anoche me acosté tardísimo.
– Sí, jefe –una sonrisa. Estrictamente una sonrisa.
O sea, que el encanto es importantísimo para los jefes. Por eso, nuestros queridos políticos (son queridos, porque les votamos nosotros), se ponen estupendos en las campañas electorales, repartiendo globos y banderitas a gogó, y nos ofrecen durante unos días el mayor espectáculo del mundo.
Dura poco. Más o menos como el programa electoral.

El enemigo.
Cuando aparece un enemigo, enseguida surge un jefe. Cuanto más enemigo, más jefe. No es que los jefes hayan inventado la violencia. No señor. Un enemigo siempre ha sido un buen instrumento para practicar la agresividad  atávica y testicular de los ciudadanos. Si no lo hay, se puede inventar. Pero los jefes no deben manipular las urgencias genéticas de sus seguidores.
Tener un enemigo común es un excelente aglutinante. Todo el mundo se une como una piña: suegros, yernos, cuñados y primos. Fíjense con qué presupuesto y energía el ejército israelí defiende a su pueblo de los molestos cohetes palestinos.  Fíjense con qué pertinacia, y presupuesto, las milicias de Hamás liberan a su pueblo de la opresión israelita. Y terminan todo el fregado miles de millones de dólares después. Es una pena que no lo hayan resuelto dos mil muertos antes. Pero no todo es negativo: ambos contendientes consiguieron ganar la batalla. Claro.

El poder.
Un ejército de ciervos dirigido por un león es más temible que un ejército de leones dirigido por un ciervo. Plutarco, s I.  (¿Los corderos van a la guerra?).
Se le pide al jefe que sea poderoso. Poderoso hacia fuera, para vencer al enemigo, para realizar los proyectos colectivos. Poderoso hacia dentro, para implantar su ideología, mantener la cohesión del grupo, asegurar alianzas y fidelidades, dispensar premios y castigos, definir estrategias y prioridades, hacer leyes, decretar sacrificios, saltarse leyes; y después, llegar a casa y cenar. De esta manera sigue siendo el jefe.
Si es un león, debe ejercer su dominio frente  a los ciervos que le rodean. Si es un ciervo, debe procurar que los leones que lo rodean no se lo merienden. O los cocodrilos. En palabras de Emilio Botín, banquero y empresario modelo, “devorar antes de que te devoren”. Demasiado truculento para un epitafio. Descanse en paz ahora.
Para ser un Alejandro Magno, hay que empezar por ser Alejandro Magno. Si usted lo ha conseguido, no renuncie a nada: la vida no se vive en voz baja. Pero no convierta a los corderos en ovejas:   perdería grandeza.
En el siglo XIX apareció la ideología libertaria, en un contexto realmente complejo y difícil. Esta ideología funciona bien en la esfera individual, y aporta un alto grado de libertad y desarrollo humano. Produce formas de convivencia de gran calidad.
En grupo, es inviable. Las experiencias realizadas fueron efímeras. La estructura social que propone veta la existencia de leones y ciervos en su seno, pero de esa manera, un cordero un poco zorro se apodera con poquito trabajo del gallinero, y volvemos al principio.
A nivel estatal, el anarquismo se prohíbe a sí mismo, con gran acierto. Aún así,  sirve de base ideológica  a muchos movimientos sociales alternativos.

El sacrificio.
A la gente le gustan los héroes y los profetas. A los héroes y a los profetas les gusta la gente. Se gustan tanto los unos y los otros que se dejan matar los unos por los otros. No es que los profetas maten a la gente, o al revés, eso no. La gente y los profetas llegan  a sacrificar sus propias vidas por fidelidad a sus ideas, por los demás, eso sí. Para ellos el laurel y la gloria. Y los cantos funerales.
Con los héroes pasa lo mismo. Luchan hasta morir por los suyos, para los suyos. Y, coherentemente, los seguidores también llegan a morir con y por ellos. La cuestión es que, con tanto sobresalto, aquí y ahora, hay que buscar a los héroes en el campo de fútbol. Y puede que a los profetas también.
En la escalera, hace falta alguien que tenga las llaves de la terraza a disposición de los vecinos. Se podían haber buscado un coordinador, un delegado, un encargado… Pues no. Han nombrado a un Presidente.
Llaman a la puerta.
Él aparta la mantita del sofá y el eterno documental de la 2 (todavía quedan guepardos en el Serengueti). Respira. Se levanta muy lentamente. Camina. Abre la puerta. Abre los ojos. Una señorita desconocida y agradable le pregunta, con la intención de querer sonreír.
– ¿Es usted el presidente?
Un chupito de endorfinas lo despierta un poco más.
– Sí, por supuesto… ¿Qué desea?
Ella  ha entendido la pregunta.
–Yo nada. Alguien ha dejado un grifo abierto y se está inundando el garaje.
Un lingotazo de adrenalina lo despierta del todo. Llaves, teléfono, agenda y escaleras abajo.
Atrás queda una siesta del paraíso.
Sí, jefe, sí.

Francisco Vicente Pinazo Hernández.
Septiembre de 2014.

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