Los límites de nuestro mundo

Jaime Paulino, Secretario General de Podem València 
Licenciado en Filosofía y Máster en Pensamiento Filosófico Contemporáneo. 
1.- La guerra en Siria. Mientras escribo estas líneas se cumplen cinco años del comienzo una guerra, la siria, que la "comunidad internacional" no ha sabido ni querido frenar. Una guerra que acumula datos de escalofrío: ha generado más de 4.000.000 de desplazados, cerca de 470.000 muertos y en torno a los 2.000.000 de heridos. Y que hemos mirado casi como una enfermedad, como un accidente humanitario. Pero no es un accidente. Las guerras nunca son accidentales. De hecho, si tiene sentido hablar de "guerra" y no de "conflicto", "lucha" o "violencia", es porque abandonamos el escenario de los accidentes, de las casualidades o de los malentendidos, para situarnos en el plano de las acciones intencionales. La guerra forma parte de la medula de la política hasta el punto de, como diría Clausewitz, ser la continuación de la política por otros medios. Y la política siempre es intencional.
Pero las intenciones de la guerra se juegan en un escenario político muy particular: el de la geopolítica. Y esa es una lógica política cuya intencionalidad se hace impenetrable para la gran mayoría, de la que la gente corriente ni participamos ni estamos capacitados para entender. La lógica de la guerra es la lógica de la política cuya imaginación o sensación de control queda siempre fuera de nuestro alcance.
La geopolítica es la parte de la política que siempre ha estado, de manera mayoritaria, secuestrada por las intenciones de las élites, de aquellos intereses suficientemente influyentes para definir el rumbo de las instituciones pero sin exponerse nunca en los programas electorales, sin someterse al arbitrio de lo público. Porque lo que se dice con esa palabra es precisamente lo que escapa a la política de la vida cotidiana: los intereses que expresa la geopolítica se miden en "flujos", "medias", "dinámicas", "outputs", "imputs" etc. Se trata de la gestión del medio, de sus recursos y de sus poblaciones. Y hay que fijarse en el abismo político que supone pensar en términos que desbordan de manera a la escala humana de medir lo relevante.
Así, la guerra en Siria sucede según intenciones, pero ¿cuáles? Creo que podemos leerla desde tres relatos distintos que se han venido sucediendo en la prensa a medida que distintos actores se iban volviendo insoslayables. El primero es de la rebelión de la democracia contra la dictadura, es el relato que abrió las movilizaciones que acompañaron la Primavera Árabe y que parecía empujar en un sentido semejante al de la profundización democrática de nuestro 15M o de Occupy Wall Street. Es un relato occidentalizado y fácilmente consumible para nuestro imaginario político, pero que se vino abajo cuando descubrimos que buena parte de esa oposición democrática estaba en realidad articulada por los islamistas fanatizados del Daesh. Por supuesto hay fragmentos de verdad en el relato de la oposición democrática, pero fundamentalmente de parte de aquellos que nunca han tenido encima el foco mediático: las milicianos y milicianas de la minoría kurda secularmente oprimida.
La lógica de Daesh reveló en los medios el segundo relato desde el cual la guerra se hacía entendible: el milenario enfrentamiento entre facciones islámicas mayoritarias (entre chiies y sunies) que durante buena parte del siglo XX había agrupado las alianzas territoriales de la región: de un lado Irán y de otro Arabia Saudí. Pero que sin elementos suficientes para estabilidad institucional, particularmente tras haber transformado Iraq en un Estado fallido en 2004, abría las puertas a una radicalización sin precedentes. El relato que construyeron los medios entonces fue un relato pedagógico, que pone el acento en el mal tutelaje de los procesos democráticos por parte de occidente. Un relato de culpa, también fácilmente consumible, en el que la fragilidad de la civilización, que siempre mira por fuera de las fronteras del conflicto, sucumbe ante la visceralidad de la barbarie. Un relato que, sin embargo resulta incomprensible si no miramos a la cara de los actores políticos reales cuya silueta se dibuja constantemente sobre la región.
Esa silueta fija el escenario del tercer relato, el del conflicto entre metrópolis: de un lado Rusia, del lado del régimen de Al Assad y de Irán, y su voluntad de mantener una influencia militar fuerte en la región para multiplicar su presión comercial sobre Europa. De otro Estados Unidos, del lado de Arabia Saudí y, ambivalentemente, con algunos grupos rebeldes, tratando de bloquear el crecimiento del otro "imperio" en la zona para no desestabilizar su frágil estructura de alianzas territoriales. Ese relato, que es el más duramente geopolítico, se hace patente en medios muy recientemente, cuando Rusia alerta durante este febrero de que el mundo se dirige hacia una nueva guerra fría. Y dibuja un escenario cuyos ingredientes son de máxima abstracción, que se juega a largo plazo y que tienen la diabólica característica de poder reducirse a una relación de suma cero: una relación en la que la ganancia de cada actor es equivalente a la pérdida del adversario. Lo que conlleva cambiar la estrategia de buscar de la victoria por la estrategia de evitar la victoria del otro. Es decir, en dibujar un escenario en el la acción más "racional" para algunos actores puede llegar a ser sostener de manera indefinida una guerra con tal de que no gane nadie.
Cuando nos preguntamos por qué la comunidad internacional no ha puesto freno a la guerra en Siria, debemos atender a este relato múltiple, pero particularmente a este último aspecto: la comunidad internacional no es una comunidad de intereses morales, es una comunidad de intereses geopolíticos que se encuentran en conflicto.
2.- Los límites del lenguaje. Decía Wittgenstein que los límites del lenguaje configuran los límites del mudo. Y los límites del mundo del alto funcionario, los límites del mundo del gestor de insumos y consumos, los límites del mundo de quien prevé la acción política dentro de la abstracción de la ley de los grandes números, son "población", "medio" "recursos", "ganancias" y "pérdidas". Es algo tópico en los gestores de desastres humanitarios como reveló Paul Bremer, el administrador en jefe del Iraq de 2004 en el foro de Davos, quien declaraba sin demasiados complejos que la devastación del país era una gran oportunidad para hacer de Iraq un lugar "vibrante para los negocios" con políticas que lograsen "recolocar al personal y los recursos de las empresas estatales en empresas privadas". La escalada de violencia de los insurgentes, los centenares de muertes violentas en Bagdad, la agresión y nulificación de horizontes personales en el país no eran sino un vector, un condicionante más que gestionar para hacer fluir abstractos beneficios económicos en el largo plazo.
Esos límites del mundo constituyen el principio rector que Günther Anders señalaba cuando denunciaba que el mundo estaba en riesgo de convertirse en una "megamáquina" en la que los individuos aparecían como meros engranajes, transmisores de unas instrucciones para las que ni preveían el objetivo ni tenían autonomía para interrumpir. Anders hablaba desde el análisis del caso de Adolf Eichmann, el burócrata eficiente que gestionaba, sin pasión y desde su despacho berlinés, el ritmo de exterminio de millones de personas en los lager del Tercer Reich. Pero extendía el principio de su comportamiento a toda la humanidad contemporánea, señalando que el holocausto está realmente inscrito en la práctica política y burocrática de cualquier dignatario o cualquier administrador que decide sobre la vida de la gente desde los resultados de una hoja de Excel.
Por eso no debe extrañarnos que durante ese tiempo la entrada de de refugiados a la Unión Europea ha sido sistemáticamente bloqueada por las instituciones Europeas y las burocracias estatales hasta el punto de que un país con una gran capacidad receptora como España apenas haya dado entrada a 18 de los 16.000 refugiados que se había comprometido a acoger el pasado otoño. Ni debe de extrañarnos que la decisión más ejecutiva que se esté adoptando en la Unión Europea en materia de refugiados esté siendo pagar a Turquía para que se encargue de "acoger", y probablemente devolver a zona de guerra, a los miles de refugiados que llegan semanalmente a Lesbos, en una violación flagrante del Estatuto Del Refugiado de la Convención de Ginebra. Nada de eso debe extrañarnos, pero debe indignarnos, porque nos pone frente a una institucionalidad y una lógica política que se comporta no sólo de manera intolerable, sino dentro de los parámetros de un mundo que ni es ni debe ser el nuestro.

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